Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 23 de diciembre de 1870
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Topete, al Sr. Ríos Rosas
Número y páginas del Diario de Sesiones: 324, 9.349 a 9.351
Tema: Disolución de las Cortes

El Sr. Ministro de ESTADO (Sagasta): Pensaba, señores Diputados, no tomar parte en este debate; pero mi buen amigo el Sr. Topete me ha obligado a romper el silencio que voluntariamente me había impuesto, haciendo algunas alusiones que yo no puedo menos de contestar tan cumplidamente como corresponde a la buena amistad que le profeso, a la eterna gratitud que la debo. Cúmpleme, pues, deshacer los errores en que involuntariamente sin duda, ha incurrido el Sr. Topete, debiendo hacerlo con la lealtad y con la franqueza que todos debemos a nuestro país.

Reconvenciones amargas entre palabras cariñosas nos ha dirigido el Sr. Topete al general Prim, al Sr. Ruiz Zorrilla y a mí; reconvenciones amargas, que yo, por mi parte, recibo con el cariño con que recibo todo lo que viene del Sr. Topete. Yo no me he de permitir usar con S.S. el mismo tono; yo no puedo dirigir a S. S. más que palabras de cariño y de amistad, porque cualquiera que sea la posición relativa que S. S. y yo ocupemos por circunstancias políticas, no olvidaré nunca, no podré olvidar jamás al que al frente de la escuadra española posible o invencible la revolución de Septiembre; al que sacó de su destierro a los generales perseguidos; el dio abrigo en sus barcos a los que en la oscuridad de noche vagábamos perdidos en medio de las olas, y ya tristes en volver con la esperanza para siempre a llorar en tierra extraña los dolores de la patria. (Bien, muy bien.) Pero yo, con todo el cariño que le tengo al señor Topete, le he de decir la verdad, porque yo, que tengo siempre el valor de mis convicciones; yo que debo la verdad a todos; yo que debo la verdad a mi país, la debo también, a mis amigos: y a mis amigos le debo con más razón que a los demás. En S. S. ha habido un radical y profundo desde que se ha tratado en las españolas de cierta cuestión, y mucho más desde que esta cuestión se ha resuelto. Ni S. S. ni nosotros adquirimos compromisos a bordo de la fragata Zaragoza que no hayamos cumplido, que no hayamos completamente realizado. S.S. levantó en la fragata Zaragoza una bandera; a esa bandera nos adherimos todos con alma y porque esa bandera era la que nosotros hace tiempo veníamos levantando, y esa bandera ha triunfado absolutamente en todas sus partes.

Al levantarnos contra la legalidad de entonces, lo hicimos con una bandera. Con la bandera de la soberanía nacional, que representada en Cortes Constituyentes, decidieran de la suerte de esto país. ¿Fue esa la bandera? Pues ya que el Sr. Topete tiene en la mano el programa que publicó en Cádiz a bordo de la fragata Zaragoza, examínelo y verá que allí se levantó esa bandera, y que se levantó sin reserva, sin condición y sin trabas de ningún género.

Y como si esto no fuera bastante, Sres. Diputados, abiertas ya las Cortes Constituyentes, y siendo digno Ministro de la Marina el Sr. Topete, todavía resuenan en mi oídos las palabras sacramentales que pronunció desde este banco: en respeto de la bandera revolucionaria, en respeto del programa de Cádiz, en respeto a los compromisos que habíamos adquirido, el Sr. Topete dijo aquí como Ministro de la Marina (y apelo a la memoria de todos los Sres. Diputados), el Sr. Topete dijo aquí con respecto a lo que habíamos proclamado, que si las Cortes Constituyentes en su alta sabiduría acordaban la república, él sería almirante de la república española. Almirante de la república española dijo el Sr. Topete que sería si las Cortes en su alta sabiduría acordaban que la forma republicana era la forma de gobierno que convenía a este país: sin [9.349] embargo, hoy nos ha dicho, con asombro mío, que no puede ser almirante de la Monarquía que en uso de su derecho han levantado las Cortes Constituyentes.

¿Por qué ese cambio, Sres. Diputados? ¿Por qué es cambio, Sr. Topete? ¿Es que S. S. para los acuerdos de las Cortes Constituyentes se reservaba la libertad de concederles o negarles su respeto, su auxilio, su ayuda, según que estos acuerdos fueran o no de su agrado? Entonces convengamos en que si se ha faltado a los compromisos de la revolución de Septiembre, que si se ha faltado a la bandera de la revolución de Septiembre, no ha sido por las Cortes Constituyentes, no es por el Gobierno, sino por el Sr. Topete.

Y yo no puedo creer, yo no quiero creer que el señor Topete vaya a prescindir de la bandera que levantó en la fragata Zaragoza: yo no puedo creerlo, señores, yo no lo creo, porque yo no puedo creer que S. S. se desprenda de lo que las Cortes Constituyentes han hecho; como que esa era la bandera que levantamos en la fragata Zaragoza.

Discutiendo muchas veces con el Sr. Topete acerca de la resolución definitiva que adoptarían las Cortes Constituyentes, yo le expliqué leal y francamente mi pensamiento, y yo francamente creí que la actitud del Sr. Topete era también la actitud mía. Yo, señores, en la desgracia y en el poder; yo antes de la revolución, en la revolución y después de la revolución, he creído, y con noble franqueza he dicho siempre a mis compañeros de desgracia primero, a mis colegas de Gabinete y a cuantos amigos me lo han querido oír después, que consideraba como una entre las varias soluciones que se indicaba para coronar la obra revolucionaria, la solución que tenía el Sr. Topete.

Si cuando el partido liberal se encontraba perseguido y maltratado; si cuando sus hombres más eminentes yacían en la emigración o en el destierro; si cuando la oír la cárcel, los presidiarios o la muerte eran la única herencia que podía caberles en suerte; si cuando tras una tentativa y otra tentativa, tras un desengaño y otro desengaño, se encontró desgarrado, débil y desesperanzado de poder sacar a la Patria del estado de postración en que vivía, el Duque de Montpensier, entonces también perseguido proscrito, pudo aparecer como una esperanza para el porvenir, como un recurso para sacar al país y al partido liberal de la desgracia de que eran víctimas, como un áncora a que poder asirse en el naufragio en que el país con el partido liberal se veía envuelto, ¿cómo no había de considerar yo entonces y cómo podía no considerar después al Duque de Montpensier como una de las varias soluciones que: aquí podían presentarse para el coronamiento de la obra revolucionaria?

Pero que yo considerase al Duque de Montpensier como uno de tantos candidatos, ¿quería decir que el Duque de Montpensier fuera la única solución posible en este país, que fuera la mejor solución de todas las que se pudieran presentar? ¿Es que la revolución, señores, no tenía más salida que esa? Pues yo le decía a mi amigo Sr. Topete: esta es una de tantas soluciones; pero si es solución no es aceptable, no hemos de dejar perder la revolución de Septiembre, porque ante todo es salvar la Monarquía, porque salvar la Monarquía es salvar la revolución.

El Sr. Duque de Monspensier, añadía yo al Sr. Topete, podrá ser una buena solución si es aceptada por las Cortes Constituyentes, si es aceptada por la mayoría de las Cortes Constituyentes; pero ni la solución del Duque de Montpensier, ni otra mejor, sería buena si no es aceptada por las Cortes Constituyentes; y ni el Duque de Montpensier, ni otro candidato mejor, ni el mejor de los candidatos posibles, ni ningún candidato del mundo, valen el desquiciamiento de las Cortes Constituyentes, la dispersión de los elementos liberales del país, la pérdida de la libertad y la ruina de la Patria. ¡Ah, señores! ¿Qué política es esa, qué política es esa en la que a un día de satisfacción del amor propio personal se sacrifica un siglo de ventura para nuestro país? ¿Qué política es esa, qué política es esa en que por un día de exclusivismo dominante de una fracción se puede traer un siglo de desgracias para la Patria? ¿Es así, Sres. Diputados, es así como se crean y forman los grandes partidos? ¿Es así como se constituyen situaciones fuertes respetables y respetadas? Es así como se llega a soluciones que, coronando la obra revolucionaría de una manera digna, nos traigan el aprecio y las simpatías de nuestros compatriotas en el interior y el respeto y la consideración de los extraños en el exterior? ¿Es así, Sres. Diputados, como se regenera, como se levanta y como se engrandece la Patria?

Señores, es necesario que pongamos las cosas en su verdadero lugar; es preciso que queden todos convencidos de que los que hicimos la revolución hemos cumplido todos nuestros compromisos. En Cádiz se levantó una bandera; esa bandera ha tenido completísima realización, no se ha faltado en nada, absolutamente en nada, al programa de la revolución. Pero dice el Sr. Topete: "yo no puedo servir, yo no puedo continuar al servicio del Estado." ¿Por qué? ¿Quién lo impido? ¿Es la proposición que estamos discutiendo? ¿Será esta proposición? Señores, ¡la proposición que se está discutiendo producir en el señor Topete resultados tan extraordinarios! ¡La proposición que se está discutiendo, señores! Yo me admiraba y me he admirado del giro que se ha dado a este debate y a la importancia que se ha dado a esta proposición, llamándosela unas veces golpe de Estado, otras veces acto de fuerza y otras un medio de violencia, y no es absolutamente nada de eso. ¿Qué significa la proposición que se está debatiendo? Pues no significa más que un acto de soberanía de las Cortes Constituyentes, trazándose un deber que exigen las circunstancias, trazándose un deber que está recomendando el país a voz en cuello; y para el caso en que este deber no se cumpla (y sino se cumple será por la voluntad de las Cortes Constituyentes), una especie de correctivo. Pero si las Cortes Constituyentes quieren cumplir ese deber, sobrado tiempo tienen para cumplirlo. Porque ¿de qué leyes se trata? ¿Se trata de leyes de fuerza, de leyes de violencia, de esas que revisten al Gobierno de facultades extraordinarias? No. Se trata única y exclusivamente de leyes necesarias para marchar. ¿Y qué leyes son esas? ¿Leyes propuestas por el Gobierno, leyes debidas a la Iniciativa del Gobierno, leyes que revelan sólo el pensamiento del Gobierno? No. Son leyes nacidas de la Asamblea, son leyes discutidas, propuestas y presentadas por comisiones de nuestro seno, a las cuales habéis podido ir todos los Diputados, los de todas las fracciones, lo mismo los de la montaña blanca que los de la montaña roja, lo mismo los del centro que los de todos los lados de la Cámara, a discutir, a modificar, a mejorar: ahí los tenéis en las comisiones de las Cortes Constituyentes.

Y aun así y todo, tratándose de leyes de esta naturaleza que están ahí a vuestra disposición y las estáis discutiendo todos los días, ¿es que el Gobierno no quiere que se discutan? Pues es precisamente lo contrario. Lo que quiere el Gobierno es que se discutan, y que se discutan pronto. ¿Queréis discutirlas? En vuestras manos está. Discutirlas, no hay que hacer nada; y creedme, que si se procede de [9.350] buena fe en esta cuestión, que si se procede con verdadero patriotismo, esas leyes serán discutidas en la mitad de tiempo que resta hasta concluir el mes.

¿En dónde están esos golpes de violencia, esos golpes de Estado? ¿Pues qué es lo que ha pasado aquí, Sres. Diputados? Que el Gobierno se ha encontrado con que el Rey elegido está dispuesto a venir inmediatamente. Desde este momento el Gobierno no cumpliría con los deberes que le impone su misión si no tratara de satisfacer la necesidad pública de más urgencia que hoy siente el país; desde este momento el Gobierno no puede prolongar ni un día más de lo absolutamente necesario la interinidad que venimos atravesando. Que si el país no ha podido menos de soportar esa interinidad mientras no ha habido Monarca, no quiere, y con razón, sufrir más esa situación desde que hay Rey elegido. Y en este caso, ¿qué ha hecho el Gobierno? ¿Ha tomado por sí alguna disposición? No; lo que ha hecho ha sido acudir a los Diputados interesados en lo que más importa al país y consultarles sobre lo que debería hacerse; y al efecto, hizo convocar al Senado a todos los Diputados monárquicos liberales, exponerles el caso y pedirles que con la mejor concordia y buena fe propusieran los medios que juzgaran más convenientes para salir de esta situación. Allí fueron los Diputados que lo tuviera a bien; y oído el caso, examinaron los medios que podrían adoptarse, y se escogió el que se creyó más oportuno, el de la proposición que se ha presentado, y que se discute y que no ha parecido bien a los Sres. Diputados que no creyeron conveniente asistir a aquella reunión. ¿Y tienen estos señores derecho a hacernos un cargo porque no quisieron asistir al Senado, en donde hubieran contribuido con sus luces a hacer más claro el camino que conduzca al término que el país anhela, es decir, el fin de la interinidad. ¿Y puede calificarse el medio propuesto de medida violenta, de golpe de Estado? No creo, pues, que haya razón bastante para la amargura con que se ha expresado mi amigo el Sr. Topete.

Aquí no se quebranta ningún artículo constitucional, ni Reglamento, ni nada. Si las Cortes Constituyentes aprueban la proposición que se discute, la cuestión es sencilla, porque esas leyes pueden ser discutidas antes del día 30; y si no lo son, la Cámara contraerá esa responsabilidad. Porque ¿quién dice que en cuatro o seis días no puedan ser discutidos cuatro o cinco proyectos, que por mucha que sea su importancia, está muy lejos de la importancia de la Constitución, que esta Asamblea discutió en dos meses? De consiguiente, si las Cortes no quieren que se discutan esas leyes, la culpa suya será y no del Gobierno. Pero si pueden ser discutidas; y si no bastan las sesiones ordinarias, tengamos sesiones extraordinarias; y si no bastan las sesiones extraordinarias, constituyámonos en sesión permanente (Bien, bien, en los bancos de la mayoría); que bien merece el país que le ofrezcamos este sacrificio después de la larga y ruda prueba por que ha estado pasando; que bien merece ese sacrificio el pueblo español, que es el pueblo menos conocido y peor juzgado en el extranjero de todos los pueblos del mundo. Sí, señores Diputados, se cree fuera de España que el pueblo español es un pueblo insensato, un pueblo violento, un pueblo ingobernable. Suponen que el pueblo español es de pasiones tan aviesas, de instintos tan feroces, que hay extranjero que el preparar su viaje para España lo considera un verdadero acto de temeridad. Y nada más lejos de la verdad que esto. La historia de nuestro país demuestra constantemente que no hay en Europa ni en el mundo o un pueblo más sensato, más templado y un pueblo más gobernable que el pueblo español. (Muestras de aprobación.) Y bien merece, Sres. Diputados, un pueblo que tiene estas condiciones y que tiene una cordura a, prueba de insensatas predicaciones y de locos desvaríos, bien merece, digo, que las Cortes Constituyentes hagan en sus últimos días un pequeño sacrificio, y si es necesario, que se constituyan en sesión permanente en bien de ese pueblo que tanto lo merece. Sí, Sres. Diputados; aprobada la proposición que se discute, comience enseguida la discusión de esos proyectos de ley, y si concluye, como puede y debe, su tarea en los días que restan, ya la autorización sería innecesaria. (Rumores.)

Acepto con mucho gusto, y nunca podía yo poner a duda el patriotismo de los Sres. Diputados; aceptó con mucho gusto el asentimiento que veo en algunos bancos y de esta manera no habrá autorización.

Algunos señores Diputados: El medio es retirar la proposición.

El Sr. Ministro de ESTADO (Sagasta): ¿Y por qué? ¿Qué necesidad hay de ello? Hagamos todos este sacrificio al país; hagamos una política grande, una política generosa, dentro de la cual quepan todos los que de buena la respeten y estén dispuestos a defender los principios consignados en el Código fundamental del Estado; una política, Sres. Diputados, que inflexible respecto de las ideas y tolerante respecto de las personas, aconseje a los amigos, que sólo estimándose y respetándose pueden hacerse invencibles, y advierta a los adversarios que siempre hay en nuestras filas una plaza para el que quiera hacer pruebas de adhesión a nuestra causa; una política que abriendo anchurosa puerta a la libertad, no dé motivo de recelo a las fracciones más radicales dentro del orden, y que cerrándola completamente a todo género de desórdenes, no dé razón de disgusto a las fracciones más conservadoras dentro de la libertad; una política, en fin, que armonizando el ejercicio de los derechos individuales con el respeto a la autoridad y la libertad con el orden, no inspire recelo a los partidos liberales, ni infunda temor a los partidos conservadores. De esta manera conseguiremos el aprecio y la consideración de todas las clases en nuestro país y el respeto y la consideración de los partidos políticos en el extranjero. Acabemos de una vez para siempre en bien nuestra Patria con esa política pequeña, con esa política de personalidades y de despecho, que no puede engendrar más que desconfianzas, ni producir más que esterilidad, ni terminar más que por catástrofes. Y como ante estas grandes ideas no significan nada las personas, y como las afecciones de partido valen muy poco ante las afecciones es de la Patria, acuérdese el Sr. Topete, y acuérdense todos, que adquiriremos una gravísima responsabilidad, que cometeríamos un delito de lesa Nación si dejándonos arrastrar por afecciones personales o por la pasión de partido, diéramos ocasión a la dispersión de los elementos liberales del país, a la pérdida de la libertad, a la desgracia de la Patria.



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